PANDEMÓNIUM 19

PANDEMÓNIUM 19

- Momentos EXTRAORDINARIOS requieren hombres DIfíciles -

El Secretario de Seguridad Nacional de los EEUU avanzaba con paso urgente por los pasillos de La Casa Blanca. Mientras caminaba iba consultando una serie de documentos en un dispositivo electrónico con el que no parecía estar muy familiarizado. Unas gotas de sudor gordas como garbanzos resbalaban impunemente por sus patillas y se colaban por el cuello de la camisa hacia territorio desconocido. Los guardias de seguridad, situados a ambos lados del trayecto, le saludaban respetuosamente con un ligero movimiento de cabeza, pero el Secretario de Seguridad Nacional los adelantaba sin reparar en su presencia. 

Al final del corredor, frente a una doble puerta de madera blanca con filigrana hortera, dos guardias prácticamente idénticos y con pinta de RottWeiler custodiaban ferozmente la entrada. Sobre el dintel de la puerta había tallados dos revólveres cruzados y un gran letrero que, con elegante tipografía Cómic Sans, rezaba; “Best Country, Best President”, todo ello pintado en llamativos colores azul, blanco y rojo. Sin aflojar el paso el Secretario de Seguridad Nacional sacó su identificación y los Pretorianos se hicieron a un lado a la vez que, con una mano grande como un taburete, abrían las puertas de la habitación más importante del mundo. 

Aquel espacio olía a Historia, y a pollo frito. Había pertenecido a muchas grandes personalidades americanas a lo largo de los últimos dos siglos y por supuesto había sufrido numerosas reformas con el paso del tiempo adecuándose en cada legislación a sus temporales propietarios. De una manera más o menos sutil, y con más o menos gusto, todos habían dejado su impronta en aquella sala. Sin embargo, la primera orden que su actual inquilino había dado nada más acceder al poder fue la de forrar todas las paredes con estampados de la bandera Americana. Todo muy Yankee. Donde antes lucia un sobrio y adecuado blanco deslucido ahora solo había franjas de colores patrióticos en distintos patrones y formas. Los cuadros y elementos decorativos de gran valor que durante décadas habían poblado aquel espacio se habían visto relegados a un trastero roñoso para dejar hueco a una singular colección de armas y ostentosos retratos de mirada furiosa. El efecto era perturbador. Mirase a donde mirase cualquier invitado acabaría centrando la atención en sus propios zapatos con tal de escapar de la acusadora mirada que ofrecía aquel rostro artificialmente bronceado. Sin embargo, el Secretario de Seguridad Nacional se había vuelto inmune a la cacofonía visual y se situó delante del escritorio de madera. Antes de hablar secó el sudor de su frente con un pañuelo de propaganda republicana y carraspeó con cierta formalidad.

Sentado sobre un trono de piel de bisonte, el hombre más poderoso del planeta, una persona que aglutinaba más poder militar y económico que ninguna otra en el mundo y cuyas decisiones afectaban a millones de personas diariamente, un individuo que tenía a su alcance la capacidad de exterminar la Vida en la tierra apretando un sencillo botón, se encontraba durmiendo, con la cabeza descolgada sobre el pecho y un trozo de salami aceitoso resbalando por la camisa. El Secretario de Seguridad Nacional subió ligeramente los decibelios de su carraspeo forzado. Sobre el regazo del presidente un gato gordo como un conejo gigante se estaba terminando de comer el sándwich que su amo se había dejado apoyado en la barriga antes de quedarse dormido. 

El Secretario de Seguridad Nacional se vio en la obligación de imprimir más energía a sus carraspeos hasta prácticamente sonar como una hormigonera recién levantada. Finalmente, con fingida torpeza, dejó caer el maletín al suelo provocando todo el estruendo posible (todo el estruendo que un maletín de cuero semi-vació es capaz de provocar). El Presidente de los EEUU de América dio un respingo, se tiró un eructo con olor a embutido y se incorporó perezosamente en su inmenso trono de piel ilegal a pesar de las protestas del gato mutante. – Wilson. ¿Qué diantres hace usted ahí de pie? Acérquese, hombre. Estaba… Meditando acerca de unas cuestiones presidenciales. Ya le contaré si surge la oportunidad. ¿Qué desea? -. El Presidente se incorporó sobre su escritorio y empezó a remover papeles y a firmar documentos en blanco con un lápiz sin punta. – Señor Presidente. Vengo tan pronto como he conocido la noticia. Una gravísima amenaza se cierne sobre nuestra querida Nación -. Al Presidente se le iluminó el rostro ante la perspectiva de acción y con un gesto de alegría mal disimulado contestó. – ¿Amenaza?¿Cómo?¿Ahora? – Hizo girar su trono violentamente hacía el ventanal situado a su espalda esparciendo por todas partes restos de sándwich y lanzando al gato contra suelo que rodó hasta chocar contra una estantería llena de libros de plástico. El Presidente se acercó a la ventana mientras se atusaba el peluquín y empezó a otear el cielo con los ojos fruncidos y los labios apretados, buscando amenazas potenciales en el horizonte. 

No por primera vez, el Secretario de Seguridad Nacional, no pudo evitar comparar el aspecto del presidente con el de un canario cabreado. – ¿Quiénes son?¿Los chinos?¿Corea?¿Hippies?¿Han vuelto los Hippies? Maldita sea Wilson, informe -. El Secretario de Seguridad Nacional revisó sus documentos una vez más, intentado concentrarse y enfocar de la manera más apropiada el informe que había preparado. – No, Señor. No se trata de nada de eso. Es otra cosa, no menos grave, y un poco más difícil de exponer. Si me permite… – El presidente volvió al escritorio, con la mirada todavía encendida por la promesa de destrucción, cogió uno de los muchos teléfonos que habían dispuesto sobre su mesa y comenzó a apretar botones enérgicamente. – No se ande por las ramas. ¿Quién nos ataca, dónde y por qué? ¿Es Al Qaeda? ¿No habíamos aniquilado a esos perros? Sara, al habla el Presidente de los EEUU. Póngame en contacto con el Secretario de Seguridad Nacional, querida -. El Secretario de Seguridad Nacional, en un alarde de paciencia infinita, tuvo a bien intervenir en ese momento. – Señor, eso no será necesario. Yo Soy el Secretario de Seguridad Nacional, recuerda?-. El Presidente colgó el teléfono con gesto satisfecho. – Cierto. Buen trabajo Wilson ¿Qué medidas se han tomado? ¿Ha movilizado las tropas? Ya iba siendo hora de sacarlas a pasear. Llevamos dos años en el gobierno y no hemos tirado ni una maldita bomba -. El Presidente empezó a rebuscar entre sus cajones desordenados. – ¿Dónde diablos está mi pistola? Da igual, ya pediré una cuando salgamos. ¿Quiere usted una pistola, Wilson? Podemos conseguirle una, cuente con ello. Ayúdeme a ponerme las botas ¿Quiere? -. El Presidente se sentó sobre un puma disecado mientras se desabrochaba los zapatos. – Señor, no creo que contra esta amenaza la respuesta militar sea la más adecuada -. Aquella revelación cogió totalmente desprevenido al Presidente. Permaneció unos instantes congelado intentado encontrar el sentido a aquella estupidez. – ¿Pero qué dice, Wilson? Está usted empezando a preocuparme. ¿Cómo puede no ser adecuada la respuesta militar? ¿Es eso realmente posible? -. 

El Secretario de Seguridad Nacional se arrimó un poco más al escritorio y le mostró la pantalla de su dispositivo al Presidente. – Se trata del Covid 19, señor. Ha llegado a Nueva York, como nos temíamos, y está causando estragos entre la población. Las víctimas se cuentan ya por centenas y la cifra no para de crecer. Debemos tomar medidas inmediatamente antes de que siga avanzando por el resto del país -. – ¿Clonvlic 19? ¿Qué narices es eso? Me suena Coreano. Llamaré al Coronel Harry, él sabrá qué hacer con esos cabrones, se lo aseguro. Ese hombre es capaz de pelar un tomate con una patata -. Intentando adelantarse al entusiasmo militar del Presidente el Secretario de Seguridad Nacional hizo gestos frenéticos para centrar la atención de su superior. – Señor si me permite le explicaré cómo… -. – ¿Harry? Harry, aquí el presidente. Sí, el suyo, por supuesto?. Haha, me ha vuelto a pillar, bandarra. Oiga, tenemos una situación aquí ¿Cómo están los chicos? Fabuloso. Póngalos guapos que vamos a sacarlos a dar una vuelta. ¿Cómo? Ah, sí. Una grave amenaza. Nueva York de momento. Algunos cabrones asiáticos o algo así. ¿Cómo ha dicho usted antes, Wilson? ?¿Plosclic 29? No sé, será algún nombre Comunista. Pero usted les va a explicar que los EEUU no se andan con tonterías, ¿verdad Coronel? Coja también unos cuantos tanques. Y aviones. ¿Tenemos de esos que lanzan humo de colores? ¿En serio? ¿Y no pueden llevar bombas? Sorprendente. Pero imagíneselo Coronel; la tropa disparando a esos cabrones del clumblic 39 y los aviones firmando el cielo con la bandera Americana. Será épico. Prepare también un par de bombas de esas, de las que usted ya sabe, de las que no tenemos. Ya veremos luego qué hacemos con ellas -. 

El Secretario de Seguridad Nacional, en un intento desesperado por captar la atención del presidente, colocó su dispositivo a escasos centímetros de su nariz. – Wilson. Por los Huevos de Lincon ¿Qué desea?¿No ve que estamos organizando una guerra? -. – Señor. Disculpe mi insistencia. Si me permite unos segundos terminaré de informar sobre la naturaleza de esta amenaza para que pueda usted tomar las medidas oportunas -. Con gesto de impaciencia el presidente colgó el teléfono con frustración. – Suéltelo ya Wilson. Está usted provocándome gases -. – Señor. No se trata de un ataque de alguna potencia extranjera, ni tampoco de un comando terrorista. Antes de que lo pregunte, no, tampoco son extraterrestres. El Covid 19 es un virus. Un patógeno extremadamente contagioso que supone un gravísimo riesgo para la salud de los ciudadanos. Este brote pandémico lleva semanas azotando Europa y ahora ha llegado aquí -. El Presidente, una vez más sentado en su poderoso trono, miraba con gesto preocupado al Secretario de Seguridad Nacional. Sus ojos se movían ligeramente, síntoma inequívoco de que se estaban produciendo procesos cognitivos en su excitado cerebro republicano. Con gesto lento el Presidente se incorporó sobre su escritorio. – ¿Intenta usted decirme que el país está siendo atacado por un bicho? -. Intentando mantener las buenas formas el Secretario de Seguridad Nacional respondió con amabilidad. – Es una forma poco precisa de decirlo, pero sí. Algo así. Y debemos tomar medidas; las víctimas en Asia y Europa han sido muy numerosas, y pronto ocurrirá aquí si no actuamos con celeridad -. 

El Presidente se levantó malhumorado de su escritorio y se dirigió con pasos largos a una esquina de la habitación donde había un globo terráqueo totalmente desactualizado. – ¿Y dónde narices está Europa si se puede saber? No entiendo nada, Wilson. Me estoy mareando. ¿Conocemos a alguien allí? -. El Secretario de Seguridad Nacional siguió los pasos del Presidente, que agitaba con confusión el globo terráqueo para que le revelase sus misterios. – Al primer ministro Boris Jonshon entre otros, señor -. El silencio y la mirada perdida del Presidente invitaron al Secretario a ofrecer más datos al respecto. – Su homólogo en Reino Unido. Estuvo cenando con él y otros dignatarios recientemente en la cumbre de paz, ¿Recuerda? -. – Ah! Cierto. El rubiales despeinado. Un buen tipo, pero con las manos un poco largas. Le llamaré a ver qué nos puede contar sobre todo esto. ¿Dice usted que ese maldito bicho lleva meses pululando por Europa? ¿Por qué no he sido debidamente informado?¿Cree que podríamos haber aprovechado esa situación par… Ya sabe. Hacer algo Americano? -. – Señor, estuvimos tratando este asunto delicado. Usted y algunos miembros del partido propusieron comprar una posible patente para una vacuna del Covid 19. Concretamente fue idea suya, señor -. El presidente asintió complacido.- Sí que parece una idea de las mías. Pero esto parece serio, ¿no, Wilson?¿Cómo narices ha llegado el bicho ese aquí? Seguro que algún inmigrante con las manos sucias. Tendríamos que haber sido mas duros con esas gentuzas. Recuérdeme añadir 4 metros más de altura al muro -. – No lo sabemos todavía señor. El virus es altamente contagioso, antes de Europa estuvo machacando buena parte de China. Al parecer fueron capaces de contenerlo y evitar la catástrofe con duras medidas de protección y aislamiento. Quizás podríamos ponernos en contacto con ellos para… -. 

Alarmado ante la propuesta el Presidente sacudía tan violentamente la cabeza que al peluquín o le daba tiempo a seguir la misma trayectoria que el resto de la cabeza. – Olvídelo Wilson. No queremos nada de los chinos. – Con un gesto rabioso hizo girar la esfera del globo terráqueo hasta localizar con bastantes dificultades el territorio chino, y clavó una mirada demente en aquella mancha descolorida. – Esos cabrones con cara de pomelo llevan años haciéndonos la puñeta y poniendo en riesgo nuestra hegemonía. No pienso arrodillarme ante ningún pato laqueado. Pensemos en otra cosa -. Pegó un último empujón al globo y lo dejó dando vueltas como una peonza mientras volvía al escritorio. El Secretario de Seguridad Nacional añadió. – Creo que podríamos empezar por consultar con los mayores expertos del país sobre pandemia y convocar a la plana mayor. He redactado una lista de centros de investigación y epidemiólogos reconocidos que deberían formar parte de un gabinete especial de crisis -. – Bien, tráigame un buen puñado de epitologos de esos. Pero gente de por aquí, no vayamos a convertir esto en un picnic interracial -. – Señor, si me permite, creo que debería realizar un comunicado oficial para tranquilizar a la población y ordenar un confinamiento. Cuanto antes se establezca una cuarentena menos riesgo de contagio existirá. Se salvarán miles de vidas -. Un momento, Wilson. Más despacio. ¿Quiere que mande a la gente a sus casas? ¿Ahora?¿A TODO el mundo?. ¿Se ha vuelto loco? Se perderían miles de millones de dólares. Mis accionistas me enterrarían vivo, por no hablar del efecto que tendía sobre las próximas elecciones. Ni lo sueñe. Debe haber otra solución, más barata. Por lo que sabemos ahora mismo el problema está en Nueva York, ¿cierto? No diré que no es una ciudad importante, pero… ¿y si llamamos al Coronel Harrys y le decimos que se pase esta tarde por allí con algunos de sus muchachos, a ver cómo está realmente la cosa? Igual no es para tanto. ¿Qué dicen los científicos? Alguno tendremos que sepa de estas cosas. ¿No? Y bueno, podemos cavar una zanja alrededor de la ciudad o algo así, para que la gente no salga y contagie al resto del país. Tengo entendido que buena parte de la ciudad está rodeada de agua, así que tampoco habrá que cavar tanto -. El secretario de defensa, incapaz de contener su asombro, se colocó las gafas y contestó – Señor, ¿está proponiendo que sacrifiquemos la ciudad de Nueva York? -. Sacudiendo las manos para restar importancia el Presidente le contestó. – No lo vea usted así hombre. Era solo una idea. Muerto el perro se acabó la rabia, ¿no? -. 

El acusador silencio por parte del Secretario de Seguridad Nacional fue toda la respuesta que el Presidente recibió. Ligeramente irritado contestó. – Bueno, ¿Y qué narices propone usted que hagamos? Se me agotan las ideas, Wilson. Y no me diga que mandar a todo el mundo a su casa en horario laboral. Esa opción no es aceptable. No voy a sumir al país en una crisis escandalosa por la posibilidad de que mueran unos cuantos viejos e inmigrantes. Quizás incluso nos venga bien de cara a las próximas elecciones… -. – Podríamos empezar por ponernos en contacto con el Secretario de Sanidad. Él podría contactar con médicos que nos ayuden a establecer una línea de actuación sensata -. El Presidente se acariciaba distraídamente el doble mentón moreno, en actitud contemplativa, mientras le daba vueltas a aquella alocada propuesta del Secretario. – ¿Médicos dice, eh? No es mala idea esa, oiga. Sí, empecemos por consultar a unos pocos matasanos. Ellos están hartos de lidiar con estas tonterías. Pero no haga mucho ruido, Wilson. No queremos que la población se altere -. – Señor la población ya está alterada. Hace tiempo que dejó de estar alterada para entrar en pánico. Los infectados empiezan a acumularse en la puerta de los hospitales. No hay respiradores ni material sanitario suficiente para la situación que se está planteando. Nuestro sistema sanitario no puede asumir esta carga de ninguna manera. Necesitamos que todo el Mundo se ponga a trabajar y hagan llegar recursos a las zonas afectadas. Los ciudadanos no van a poder asumir el coste de los tratamientos, que oscilarán entre los 30 y los 40 mil dólares. Quizás podríamos financiar ayudas sociales para los más necesit… -. – Eh eh eh! pare el carro Señor Secretario. ¿De dónde quiere que saquemos todo eso? ¿Quiere que paguemos los tratamientos de los infectados? ¿Con dinero del estado? ¿Se ha vuelto loco? ¡Estados Unidos no tiene tanto dinero! Nos lo gastamos todo en armas para prevenir este tipo de situaciones, más o menos. ¿Quién proporcionará todo ese material sanitario? ¿Usted? ¿Sus amigos chinos? No hombre, no. Que yo sepa la política no se inventó para solucionar los problemas del pueblo. Este es el mejor país del mundo, Wilson, y hemos llegado a serlo gracias al oportunismo. Esta supuesta catástrofe a la que usted se refiere debe tener un contrapunto positivo por alguna parte. Centrémonos en eso un momento, ¿quiere? No ha hecho más que presentarme problemas. Sea positivo, hombre. No quiero ser recordado como el presidente que lo echó todo a perder por un catarro flemoso. ¿No podemos culpar a los inmigrantes? Estoy pensando en voz alta, pero así mataríamos dos pájaros de un tiro ¿no?. Limpiamos las calles de escoria extranjera y reducimos la población anciana. ¡Bang Bang! Tendremos que salir de esta como siempre hemos hecho-. – Quiere decir con mentiras y violencia, ¿señor? -. 

El Presidente se quedó unos instantes mirando al Secretario de Seguridad Nacional, intentando procesar el sarcasmo. – No. Tiene razón. Esta vez no serán necesarias las mentiras, Wilson. Le agradezco su sinceridad. Estoy haciendo la digestión y me cuesta pensar con claridad. Daremos al pueblo Norteamericano la verdad que merece, sin adornos, pero sin precisión, para no cogernos los dedos. Aunque usted no lo crea, mientras hablábamos, he ido trazando un plan bastante sensato. Dígame ¿Cuántos muertos estima usted que habrá, a grandes rasgos?-. El Secretario de Seguridad Nacional volvió a consultar su dispositivo electrónico y, tras unos instantes, respondió con gesto serio. – Las primeras simulaciones, basándonos en los datos de los que disponemos actualmente, hablan de 100 o 200…-. El Presidente soltó todo el aire que había estado conteniendo en los pulmones, dejando un olor a beicon frito en el ambiente. – ¿Ve señor Wilson? 100 o 200 son cifras perfectamente manejables para este gobierno. Válgame el Cielo, Secretario. Menudo rato me ha hecho pasar. ¿Todo este jaleo por 100 o 200 muertos?. No le tenía yo a usted por un alarmista… -. El Presidente se sentó en su sillón con gesto de alivio. Colocándose pacientemente las gafas en su posición más adecuada, el Secretario de Seguridad Nacional contestó. – Señor, 100 o 200 MIL. No estamos hablando de centenas, sino de centenas de MILES. Eso sin contar el desgaste para un sistema sanitario rocambolesco que se está hundiendo más rápido que el Titanic en un volcán. Nunca antes en la historia de reciente de EEUU hemos sufrido una situación tan grave. 100 o 200 mil muertos son las cifras más optimistas. Las más aterradoras las sitúan entre 1 y 2,2 millones de muertos. ¿Entiende lo que le digo?-.

El Presidente tenía los ojos entornados y apretaba con ansiedad los labios. Una vez más su aspecto era el de un canario gigante realizando complicados cálculos matemáticos e intentando dar una dimensión de referencia a las cifras del secretario. – Señor Presidente. Permítame darle un consejo; tómese este ausente con la gravedad, la seriedad y la urgencia que merecen o será usted recordando como el mayor fracaso de los EEUU. Ordene una cuarentena y ponga a salvo a los ciudadanos. La economía sufrirá, pero somos una nación fuerte, tenemos aliados. No sucumba a las presiones de la elite financiera que se opondrá fanáticamente a estas medidas para salvaguardar su economía personal, debe ponerse a…-. Con una explosión de energía mal encauzada el Presidente hizo un aspaviento y golpeó consternado sobre el escritorio haciendo mover las caderas alocadamente a una figurita de Elvis. – ¡Esta bien! Maldita sea Wilson, ¡Es usted peor que un grano en el culo!. Ordenaré la maldita quincena -. – Cuarentena, Señor -. – Ordenaré la maldita cuarentena. No se le escapa una, ¿verdad? Y ¿cómo narices hago eso? ¿Hay algún botón, un maldito manual? ¿Llamo uno a uno a todos los ciudadanos? -. Un poco más animado el Secretario de Defensa Nacional contestó. – No señor. Eso no será necesario. Podemos empezar por emitir una rueda de prensa ahora mismo. Es más, ya he convocado a los medios. Están esperándolo a usted, si le parece apropiado -. El Presidente se humedeció la mano con un poco de saliva con tropezones de chorizo y se la pasó por el flequillo para dotarlo de firmeza y recomponer su aspecto de dignatario. Después se sacudió los pelos de gato y las últimas migajas de sándwich que pululaban por su chaqueta. – Por los Platillos de Roosevelt, es usted un caso Señor Secretario. Trabaja con la diligencia de un político de vocación. Debería relajarse. Le veo demasiado serio. ¿Es usted Masón, Wilson? -.

El Secretario de Defensa Nacional no respondió, se encontraba ya trabajando eficientemente en la vorágine logística que suponía poner en estado de alarma a una nación que disponía de un organigrama burocrático demencial. Con el teléfono en la mano paseaba distraídamente por la sala mientras contactaba con los distintos departamentos del estado y convocaba las pertinentes reuniones.

El Presidente, situado enfrente de uno de sus más ostentosos retratos, practicaba sus famosos gestos de confianza y suficiencia a la vez que se daba unos últimos retoques. Una vez satisfecho con el reflejo artificial que le devolvía el retrato y sintiéndose ligeramente ninguneado por el Secretario de Defensa Nacional, se acercó con paso solemne al ventanal situado detrás de su escritorio. Con los brazos cruzados detrás de la espalda adoptó una pose contemplativa y puso a funcionar su asombrosa capacidad cognitiva para hacer un repaso rápido de los últimos acontecimientos y sacar algunas conclusiones, si es que eso era posible. Intuía que detrás de todo aquel marrón había una importante lección, pero se le antojaba esquiva y difusa. Una parte de él, la mayor parte de él para ser exactos, seguía preguntándose cómo narices podían haber llegado a esa situación. ¿De qué servía un gasto desorbitado en Defensa y Seguridad si luego, a la hora de la verdad, resultaba ser inenarrablemente insuficiente? La sombra de una sospecha cruzó fugazmente por debajo de aquel flequillo amarillo y republicano. ¿Existía le remota posibilidad de que todos aquellos cientos de miles de millones anuales dedicados al desarrollo militar hubiesen sido más útiles en otras áreas del compromiso nacional? No. Él sabía que no debería relativizar tanto. Aquella senda no conducía a nada bueno. Pensar era dañino para la salud y nunca había ayudado a ninguna causa, de eso estaba seguro. Él había llegado hasta donde estaba gracias a un fuerte compromiso con la vehemencia y la fe en las más estúpidas de las ideologías. Si había alguna conclusión que sacar de todo aquello era que la naturaleza necesitaba más mano dura. Ahí estaba el verdadero reto.

La excitada mente del hombre más poderoso del mundo llegó a una inevitable conclusión. El año próximo año triplicaría el gasto, no en investigación científica o en el insuficiente sistema sanitario, si no Defensa, que era el único gasto que merecía realmente la pena y el más divertido. Lo único que había quedado patente con toda esa historia es que necesitaban mejorar y reforzar el desarrollo tecnológico y militar. Quizás una nueva generación de armas minúsculas, bombas nucleares microscópicas que pudiese lanzar contra los infectados. Un nuevo ejercito compuesto de individuos especiales que fuesen reducidos a tamaño celular y que pudiesen combatir al dichoso virus de tú a tú. El campo de batalla sería el cuerpo humano. Aquella reflexión estaba mucho más alineada con su naturaleza bélica y una firme determinación se iba cuajando en su mollera Yankee.

– Jaque mate naturaleza. Jaque mate -.

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4 comentarios en “PANDEMÓNIUM 19”

  1. Lleva cuidado con «las ideas»,porque el tal Trump,las recoge todas….y luego va contando que son suyas.
    Un relato muy divertido,lleno de frases comparativas muy creativas..
    ¡A por la 2°parte!
    Suerte

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